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4.2.12

LAS PREPAGO DE COLOMBIA

NOTA:

El contenido de este artículo solo busca hacer una presentación y una crónica de hechos ciertos, sin modificarlos ni alterarlos; de pronto, sí, resumirlos. Y en ningún momento busca el menosprecio o cosa parecida en relación con las damas que ofician como prepagos; es lo que menos se pretende. Para ellas, nuestros respetos. Y tampoco se debe entender que es una publicidad, insinuación o invitación al prepaguismo. La crónica se hace porque, hoy por hoy, hay muchas personas que no conocen la historia y no eslabonan la cadena de hechos que han llevado al último anillo llamado PREPAGOS, y que creen que ese último eslabón es una especie rara de damas que han aparecido como por arte de magia. Desde luego, ni se imaginan el porqué del vocablo PREPAGOS.

Aquí mediante un semi jocoso recorrido histórico, viajamos desde varios siglos atrás hasta la fecha actual, viendo como ha transcurrido y como se ha dado la metamorfosis del oficio de las mujeres que se han dedicado a la venta de sus servicios sexuales a lo largo del tiempo; terminando el recorrido como fue el propósito, con el concepto de las prepago.

LAS PREPAGO DE COLOMBIA – SU ORIGEN

Iniciamos este análisis con un pequeño sobrevuelo etimológico y lingüístico entorno a algunas palabras que son equivalentes entre sí y que para el propósito de este artículo conviene tener claramente conceptualizadas.

Desde aproximadamente el año 2004 en adelante, en Colombia se ha venido apodando a la meretriz que no es de burdel común, con el nombre de PREPAGO. Desde luego que se trata de una locución acomodada tipo modismo regional, que está haciendo carrera como queriéndose posicionar a manera de un sinónimo oficial más, de la palabra...

RECONOCIMIENTO DE VOCABLOS

PUTA

Nuestro idioma castellano fue muy sabio al utilizar este término para asignarle la significación que todos conocemos. Pronunciada con ímpetu y fuerza suena como un disparo. Con sus dos vocales que hacen un magnífico contraste y sus dos consonantes bien perfiladas, la palabra es clara y nítida como ninguna. Hay un experimento que basta y sobra para corroborar este aserto. Un extranjero que no tenga la mínima idea de nuestro idioma y la escuche pronunciada con fortaleza y emoción, no se equivocará sobre su significado. Un poco de intuición le será suficiente para que entienda que esta enérgica palabra no podría señalar o rotular a una inocente nena o a una virtuosa madre de familia. El castellano es un idioma en el que predominan las palabras graves (acento en la penúltima sílaba), y esta es una de las más resonantes.

En 1611, Don Sebastián de Covarrubias en su libro El Tesoro de la Lengua Castellana, indicó el siguiente significado:

Puta = Mujer ruin o ramera.

En 1726 salió a la luz pública el primer Diccionario de la Real Academia Española. En ese entonces, el significado fue:

Puta = Mujer ruin que se da a muchos a cambio de un estipendio.

El mismo Diccionario pero última edición, define la palabra así:

Puta = Persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero.

En la España medieval y renacentista esta palabra endilgada a una mujer decente, era considerado como el insulto más infame con que se podía ultrajar a una dama.

A lo largo de la historia y dentro del vasto ámbito de la lengua castellana, han sido muchos los sinónimos y equivalencias que le han salido a la rimbombante palabra. A continuación se mencionan aquí los sinónimos más llamativos y eufónicos (que suenan agraciadamente) que han existido y siguen existiendo, con una pequeña explicación de cada uno.

RAMERA

La palabra se refiere a cierta clase de mujeres que vivían fuera y lejos de los muros de las ciudades antiguas. Moraban en chozuelas a modo de hornillos o bovedillas, y solían salir a la orilla de los caminos reales para ofrecerse y brindarse a los posibles clientes que eran, en su mayoría, mercaderes. Para proporcionar sus servicios en forma privada, construían a la vera del sendero y en forma provisional, unos ranchos o cuchitriles construidos con varas y chamizos, y que cubrían con ramas; de donde se derivó el término.

Incluso, posteriormente se acuño la expresión 'RAMERÍA' refiriéndose al lugar donde se aglutinaban todas estas mujeres públicas, concepto que, posteriormente, se cambió por el de burdel. También se puso en circulación la palabra RAMERUELA aludiendo a la ramera muy pobre y andrajosa. Posteriores y sapientísimas cortes de casación del idioma, de la Real Academia Española, han aceptado la legitimidad de RAMERASTRA y RAMEREZNA como sinónimos de RAMERUELA.

MERETRIZ

Su etimología tiene raíces en el verbo merecer, refiriéndose a la que se gana la vida por sí misma; es decir, la que MERECE en el más riguroso sentido de la palabra. Y en efecto, nadie hay en el mundo que lucre su propio pan de una manera tan soberana y autónoma como lo hacen las  meretrices o rameras, a quienes Dios siga protegiendo en el honrado desempeño de su menester.

GORRONA

Los diccionarios de la Real Academia Española siempre han presentado este término como sinónimo de ramera. Aunque la cuna y procedencia de esta palabra es apenas obvia, pues nadie jamás ha visto a una puta pagando una cuenta. Y esto sí que las identifica: pueden tener dinero en su poder, pero si no es GASTADO por otra persona, en lo posible por un cliente, prefieren no darse gustos.

GUARICHA

También es una palabra muy sonora e imponente de nuestro idioma. Es una expresión que equivaliendo al vocablo puta, no pavonea un ilustre abolengo, europeo, latino ni arábigo. Su nacimiento está en el modesto dialecto cumanagoto del norte de Venezuela; pero no obstante, la potencia de esta palabra es admirable. En su comienzo la palabra se empleaba solo para referirse a las prostitutas jóvenes; pero, pronto, dejó de serlo y empezó a usarse para todas, tanto jóvenes como maduras.

DAIFA

Muy inicialmente el término significaba huésped femenino. Pero con el tiempo y después de algunas metamorfosis etimológicas y filológicas, su acepción se asoció con el nombre que se le daba a aquella ramera que era contratada no por un solo rato, sino para acompañar a su contratante por varios días o por una temporada, obviamente que con el fin de satisfacerle sus necesidades y caprichos íntimos. Hoy por hoy el Diccionario de la Real Academia Española le asimila como sinónimo de la palabra concubina; pero en el argot popular ese sinónimo o significado no es consentido, pues DAIFA ─en el vulgo─ sigue entendiéndose como puta contratada.

LA PREPAGO y LA VIP

Es un par de expresiones regionales que, para quien las entiende, resultan ser sinónimos de los anteriores vocablos; pero, por ahora, han ido tomando forma y popularidad solo en el escenario colombiano, de pronto con algún reflejo hacia los países vecinos. Si se le pidiese a la Real Academia Española que se pronunciase al respecto de ellas, aún no reunirían los requisitos para categorizarse como modismos; tal vez y a lo mucho, las ubicarían como vulgarismos regionales asociados con el desempeño del oficio de la protitución. A estos términos equivalentes, especialmente al de PREPAGO, nos referiremos más adelante.

En todo caso, la gran legión de putillas y putonas que pueblan de polo a polo este mundo, se han encargado siempre y seguirán encargándose de que sea válido el mensaje de la vieja copla española que difundió Camilo José Cela:

Fornicará el género humano
mientras haya pija y coño,
en primavera, en otoño,
en invierno y en verano.
Querer quitarlas es en vano
ni por fuerza ni consejo,
pues si está cerca el cuquejo
y la polla se endereza,
puede más naturaleza
que ni un testamento viejo.

LA PUTERÍA EN COLOMBIA (Historia)

En realidad no se va a presentar aquí un ladrilludo estudio sobre el papel de las damas dedicadas a este oficio durante las distintas etapas de la historia de este país. Solamente se quiere dejar claro que siempre han existido y han estado ahí presentes en las diferentes épocas del desarrollo nacional.

Juan Rodríguez Freyle
Cualquiera que se meta a transitar por los meandros históricos por ejemplo de Santafé de Bogotá, leyendo solo los textos clásicos de la historia tendría ─en principio─ razones para creer que por lo menos durante los siglos coloniales y el primero de la época republicana, la ciudad estuvo ajena a estas jodiendas. Pero si este investigador abriera más los ojos se encontraría que en Santafé de Bogotá lo que hubo fue una urbe mojigata que no estuvo distante del pecaminoso ajetreo de meretrices, proxenetas, barraganas y otras mujerucas de mal vivir y buen culear. Para entender esto debe, el estudioso, empezar con la lectura de el libro El Carnero de Juan Rodríguez Freyle para que compruebe en sus amenas páginas como la Santafé de la segunda mitad del siglo XVI, con pocos años de fundada, incluyendo a buena parte de Cundinamarca y de Boyacá, fue escenario de los más escandalosos hechos de cuernos, adulterios, amancebamientos y peripecias de truhanes, daifas y demás mujerzuelas de variada índole.

Para ese entonces el número de religiosos de la ciudad era de uno por cada dieciocho habitantes. Esa proporción se mantuvo con algunas variaciones pero siempre alrededor de ese dato estadístico durante cerca de cuatro siglos.

Las putas nunca fueron oficialmente censadas o empadronadas, pese a lo cual los sesudos estudios de guarichología del acreditado putólogo Oderfla Etrairi que en realidad era cronista, arqueólogo e historiador, demuestran con bases documentadas, que en la Capital del Nuevo Reino de Granada llegó a haber una meretriz por cada once habitantes, lo cual el ilustradísimo investigador explica con el argumento de que para prestar un servicio esmerado y altamente profesional, una guaricha no debe tener a su cargo tantos parroquianos como puede administrar un clérigo o una reverenda.

Lo cierto es que en la religiosa Santafé, durante siglos nacieron más niños ilegítimos que legítimos. Las guarichas hacían pública y desvergonzada ostentación de su oficio mediante una indicación manifiesta. Mientras las domésticas y esclavas que servían en las residencias caminaban por las callejuelas descalzas, las meretrices tampoco usaban sandalia alguna, pero en su lugar se rellenaban los tobillos y los dedos de los pies con toda una variedad de bisutería de la más barata y plebeya de ese entonces, que las señalaba y era estímulo garantizado para la lujuria de los santafereños.

Durante la Colonia y buena parte de la República no hubo prostíbulos con la acepción o concepto actual. Pero tampoco había normas que lo impidieran y, entonces, para eso se utilizaban las trastiendas de las chicherías que era donde justamente se fabricaban las morcillas y se colgaba la carne para secar, pues en estas chicherías también vendían comida y, además, se prestaba el servicio de hospedaje para arrieros. Como es de deducir y teniendo en cuenta que por el frío no se utilizaban las ventanas, debería ser una apestosa convocatoria de cebolla, manteca, tufo de borracho chichero, pecueca, muelas cariadas, sobaquinas y otros vapores fétidos originados en la zona frontal y trasera de la cadera. Es de imaginar a las guarichas de ese entonces intercambiando besos con sabor a cebolla por estruendosos eructos de chicha en proceso de descomposición emitidos por sus embriagados clientes.

SIGLO XX

Si en nuestro recorrido putérico-histórico saltamos hasta el siglo XX, aparece el concepto de las zonas de tolerancia que era (y aún sigue siendo en algunas ciudades) aquel sector marginado y de bajo estrato en el que, legalmente, podían o pueden funcionar los burdeles atestados de mujeres y borrachos.

Los burdeles son sitios en donde en verdad hay silencio y paz... pero en las mañanas entre las 6 y las 12 del día. Las meretrices dormitan profundamente luego del apasionado zarandeo nocturno. Todo es quietud, con la condición de que quien desee disfrutar esa tranquilidad no debe reparar en botellas vacías tiradas por doquier o en bragas o brasieres colgando de los espaldares de algunas sillas. Pero a eso del medio día, las gorronas empiezan a producir rugidos que ellas llaman bostezos y a salir semidesnudas al pasillo llamando a gritos al coime o cuidador pidiendo un jugo frío o un vaso de hielo y agua para el guayabo.

La golfa de burdel es aquella dama que no tiene otra cosa que hacer, si tiene hijos los tiene en otra ciudad o con otra persona. Se encuentra públicamente y en vitrina abierta ejerciendo su oficio. Y muchas veces sus familiares saben de su trabajo. En fin, ES LA MENOS MOJIGATA Y MENOS HIPÓCRITA de las putas, y ejerce su oficio sin vergüenza y con la frente erguida.

LOS RESERVADOS

Para los años 50, 60 y subsiguientes, empezó a aflorar en las principales ciudades del país, un tipo de prostíbulo diferente; es el que opera por fuera de las zonas de tolerancia y funciona de manera disimulada, encubierta y muy reservada; desde luego que sin permiso de funcionamiento o de uso del suelo. Normalmente son casas semi adecuadas para este trajín y, lo más distintivo, con ejercicio diurno. Y su nombre genérico siempre ha sido el de RESERVADO.

A estos RESERVADOS llegaron y siguen llegando aquellas mujeres que desean ejercer la prostitución de manera discreta sin que sus allegados conozcan su oficio. Son damas comunes y corrientes que viven con sus familias y que designan unas horas o buena parte del día para ir allí a ver qué consiguen. La mayoría son solapadas ante su familia y sus amistades; suelen inventar que están trabajando medio tiempo, que están estudiando, que están cuidando un abuelito, un niño, etc. O, algo muy típico, que trabajan vendiendo productos por catálogo y que en eso les va muy bien, y de ese modo tienen la excusa perfecta para cuando necesiten salir de urgencia ante un llamado de un cliente, argumentar que van a entregar un producto o a recibir una mercancía que les acaba de llegar. Otro pretexto usual es la presunta dedicación a la venta de ropa que les llega de Miami o de Medellín.

Muchas damas ─las que pudieron─ para evitarse problemas con su familia, inventaron la necesidad de vivir solas en un apartamento junto con otras dos amigas "queridísimas"; las cuales, obviamente, eran compañeras de oficio.

Hasta finales de la década de los 80 y comienzos de los 90, las mujeres morrongas que frecuentaban los reservados, tenían un inconveniente: Cuando aparecían clientes "buenos" y ellas estaban en su casa, debían ser llamadas inmediatamente para requerirles su apremiante presencia. Era cuando surgía el problema: solo existía la modalidad del teléfono fijo, en esa época eran pocas las familias que los poseían. Y si la golfa en cuestión era de las privilegiadas cuya familia contaba con línea telefónica, debía someterse al filtro en el sentido que, muchas veces, era la mamá, la hermana mayor, el papá, el novio, o la tía, quien contestaba la llamada y seguramente le pondría malicia al sentir al otro lado a una señora mayor de voz gruesa (la celestina) preguntando por la chica y ésta poniéndose nerviosa y, a los pocos minutos, inventando un pretexto para salir corriendo de la casa. Eso les funcionaba solo por unas cuantas oportunidades y, posteriormente, les ponían cortapisas en la casa.